miércoles, 5 de noviembre de 2008

El pintxo de mediodia


Memoria histórica.
Lo que algunos no quieren que se sepa


Me llamo Antonino Sanz Toscano, soy maestro, casado y padre de dos hijos. Nací en Posadas (Córdoba). Hijo de una familia comerciante proveniente de Soria, tuve la posibilidad de estudiar magisterio.

Antes incluso de acabar la carrera en Sevilla, ya era maestro en prácticas en una escuela del barrio de Triana. Cuando culminé los estudios fui a trabajar a Carmona ya como maestro, hasta que el 29 de Febrero de 1936, fecha del nacimiento de mis mellizos, tomé posesión como maestro en una escuela pública Sevilla

Aunque nací en 1911, tengo 25 años. Es la edad en la que se paró mi vida. En realidad no se paró sola, la pararon.

En la madrugada del 29 al 30 de Agosto de 1936 fui asesinado. No tuve derecho a un juicio justo, ni siquiera a un simple juicio. Nadie que pudiera defenderme o refutar cualquier acusación. Antes, muchísimo antes, de ser separado de los míos ya estaba condenado a muerte. Y me mataron.

Pero primero me humillaron, me maltrataron y ultrajaron. Luego me pegaron tres tiros. Después, volvieron a ultrajar mi cadáver. Finalmente me metieron en un agujero con otros compañeros de destino y nos enterraron. Tenía una esposa, dos hijos y mi madre. La vida por delante y la pasión de enseñar.

Cinco años más tarde, en 1941 por necesidades del Ayuntamiento, se abrió la fosa común. Nuestros familiares pudieron sacarnos de allí. Buscar similitudes entre el recuerdo y una fría calavera no debe ser un plato de buen gusto.

A pesar del tiempo, todavía se podía encontrar un trozo de tela, un botón, un pañuelo, algo, un indicio que removiera la sangre de los tuyos y te ligara a tu pasado, sacándote de ese agujero. Algo que te dé un nombre y descanso. Algunos cuerpos, por miedo, no fueron recogidos, otros por desprecio y otros por imposibilidad para ser identificados.

Tuvimos suerte, reconocieron mis restos. Hoy estoy enterrado con dos más, como dice el acta de enterramiento. Uno es mi amigo el doctor Alfredo Herrera Siles, del que los suyos no quisieron hacerse cargo. De los restos del otro compañero que comparte nicho con nosotros no se pudo saber nada.
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